Feliciano Centurión

Feliciano Centurión nació en San Ignacio de las Misiones, Paraguay, el 20 de marzo de 1962. Para 1970 la familia se radicaría en Alberdi, Ñeembucu, una ciudad que queda frente a Formosa, Argentina. Las sucesivas inundaciones de Alberdi signaron la niñez del artista.

 

En 1973 contando con 11 años, Feliciano y su familia emprenden un viaje al exilio en Argentina en plena dictadura de Alfredo Stroessner, para 1974 la familia Centurión ya estaba radicada en la ciudad de Formosa. En esa ciudad terminó sus estudios secundarios y paralelamente realizó estudios en la Escuela de Bellas Artes “Oscar A. Albertazzi”, más tarde se establecería en Buenos Aires, finalizando el profesorado en la Escuela Nacional de Bellas Artes “Prilidiano Pueyrredón”, posteriormente estudiaría en la Escuela Superior de Bellas Artes de la Nación “Ernesto de la Cárcova”.

 

Participa de numerosas exposiciones individuales y colectivas tanto en Asunción Paraguay como en Buenos Aires Argentina, constituyendo un nexo entre artistas paraguayos y argentinos. En la década de los 90, su labor se hizo merecedora de varios premios de arte. Fue parte del grupo de artistas vinculados a la Galería del Centro Cultural Ricardo Rojas (dependiente de la Universidad de Buenos Aires), espacio en el que presentó exposiciones individuales. Participó de la Quinta Bienal de Cuba y viajó para exponer en la Casa de América latina en Francia. Falleció en Buenos Aires, Argentina, el 7 de noviembre de 1996.

Enmanuel López Genes
Ana López
Carlos Colombino
Gumier Maier
Ticio Escobar (Fragmento)

Asunción, Octubre de 2016

 

Son muy escazas las posibilidades de realizar una curaduría de la obra de un artista de quien se tiene, como en este caso, una gran admiración. Seleccionar obras para acompañar el documental “Feliciano Centurión, abrazo íntimo al natural” de Mon Ross, para ser exhibidas en la semana del cine americano, representó una gran responsabilidad con una carga “emotiva-sensorial” propia de la obra del artista.
La apertura del contenedor, un baúl de madera en el cual estaban almacenadas una gran cantidad de obras, transmutó en cofre que atesoraba afectos invaluables.
Son esas mantas lisas o con patrones orgánicos o geométricos, cuya función básica es dar abrigo, calor, protección al cuerpo, las que detonan en asociaciones de ideas de lo hogareño, lo familiar, la protección casi maternal de las mismas.
En algunas situaciones el cuerpo siente no solo los cambios climáticos, sino cambios mucho más profundos y busca un resguardo cuando un agente externo influye en su estado natural, las obras la Feliciano de ese periodo contienen esas sensaciones difíciles de establecer en un orden lógico, combinadas con otros elementos semánticos más complejos.
En un principio las mantas eran intervenidas en su tamaño original generando obras de gran formato, las mismas eran pintadas en vibrantes colores con motivos de la naturaleza, plantas, flores, insectos, seres marinos, animales de granja, la naturaleza iba invadiendo el diseño de cada manta. Con el tiempo los formatos van disminuyendo de tamaño, presentando variaciones en la intervención del soporte, a las mantas se le agregan apliques de plástico, elementos decorativos kitsch, populares, que al ser manipuladas por el artista ejercen una vinculación con su experiencia personal, dejando ese estado decorativo para transformarse en un catalizador del mensaje que Feliciano deseaba transmitir en su obra.

 

Texto curatorial para las obras que acompañaron el estreno del Documental “Feliciano Centurión, abrazo íntimo al natural” de Mon Ross en la Semana del Cine Americano realizada en la Universidad de Maynooth, Irlanda en Noviembre de 2016

Buenos Aires, 2004

 

Su obra se cargó de un delicado dramatismo.
Utilizaba ya nuevos elementos para producir: hilos de colores que podía coser sin esfuerzo, pequeñas telitas gastadas por el uso, diminutos almohadones sobre los que apoyaba sus huesos. Frases escritas que pegaban en su corazón y ayudaban a contener el miedo. “La muerte es parte intermitente de mis días”, tomada de un poema de Alina Tortosa era repetida como un mantra. “El amor es el perfume de la flor”, la frase simple de Liliana Maresca lo emocionaba.
Las bordó una y otra vez, “Acabo de tomar conciencia que vivo proyectado al futuro”, la frase de su amigo ariel lo ordenó…
“Quiero estar a la altura de mi trabajo. Bordar lo que pienso, lo que siento” repetía. En busca de esa verdad, su obra se alejó del alegre desenfado de sus comienzos y se tornó lúcida, cruda, tierna.
El trabajo de Feliciano Centurión fue una declaración de amor constante y desesperada.

Asunción, 1991

 

Feliciano Centurión, como muchos llevados por la diáspora que este país impone a sus hijos, se vio ocupando lugares ajenos, demorado en estudios de pintura en Buenos Aires hasta recalar en este sitio que fue suyo con la mirada extraña y un acento distinto: su pintura trae el bagaje de los talleres porteños prontos a actualizarse con el último grito que también alguna vez podría ser el de la pintura de ese país; él lo sabe y, a pesar de su juventud, intenta a través de esta muestra liberarse (porque asume que su innegable oficio de pintor no basta para cumplir el compromiso con la búsqueda de verdades nuevas) y se dispone a defender sus descubrimientos y sus conquistas de los embates de la triste fascinación de las modas.
Esa fuerza ya se prevé en sus obras, con su color, su espontáneo gesto, sus atentas construcciones, imágenes de trivialidad transfigurada”

Buenos Aires, Marzo de 1999

 

Nuestro siglo ha insistido con vehemencia en un ítem curioso: las relaciones entre arte y vida. A menudo se sostuvo que aquel retaceaba plenitudes que solo podrían visitarse desbordando la formalidad restrictiva de la obra.
Feliciano Centurión emigra muy joven a Buenos Aires, ciudad en la que fallece su madre y cuyo recuerdo protector parece convocar a lo largo de toda su producción. Muy pronto habría que sentir la necesidad de una corporeidad más precisa para sus pinturas y las frazadas vinieron a proveerle esa sensualidad retaceada (¿Qué mejor amparo que cobijar lo amado en una pequeña manta?).
Primero fueron los tradicionales estampados industriales con líneas o motivos planos y sencillos que cubren toda la superficie donde hospedaba sus refinadas y bucólicas escenas de animales. Luego elegiría diseños más elaborados, frecuentemente con grandes ciervos o tigres a los que poco añadía, lo imprescindible para resaltar sus rasgos o completar el entorno. Mundos idílicos, estampas de ensueño.
Pero, ¿qué sucede cuando esa plenitud anhelada se encuentra con la amenaza de su cancelación? La aparición del SIDA generó en los países del hemisferio norte diversas manifestaciones en el mundo del arte. Desde la elaboración de una gráfica combativa y militante como la de los anónimos artistas que trabajan para ATC-UP*, hasta el testimonio lacerante del derrotero de la enfermedad de los cuerpos y las vidas, lo artístico fue reconsiderado como herramienta, espacio fecundo para luchar por lo que siempre pareció excederlo: la vida misma.
Por razones que sería largo considerar, en nuestras latitudes los artistas afectados no hicieron inicialmente pública su condición. Tampoco sus obras hablan de ello de modo manifiesto. Pero este engañoso repliegue podría ser la ocasión de profundidades más maravillosas.
En la obra de Feliciano Centurión, hacen eclosión sus estrellas o flores. Ha comenzado a confeccionar personalmente sus propias frazaditas a partir del clásico “escocés” que nos acompañara en nuestra infancia. Entonces, Feliciano selecciona carpetitas circulares y concéntricas en crochet** y ñanduti*** de mujeres paraguayas y del litoral argentino residentes en Buenos Aires, a menudo madres y abuelas de sus amigos, sin indicarles nada en cuanto a forma y color. Él se maravillaba de los diálogos que entablaban esos círculos, como se iban ordenando en rondas y constelaciones por lógica propia. Su paso más radical se había inaugurado con esta suerte de abandono de la voluntad de autor.
Feliciano Centurión realizaba críticas prácticas de visualización y afirmaciones terapéuticas. Las frases que hasta entonces poblaban las paredes de su casa encontraron alojamiento en las frazaditas, tras horas y días de bordar y bordar.
¿Qué explica tanto empeño en el labrado de una palabra en un paño pequeño que será recluído en la domesticidad más secreta?
Ceremonias intangibles, mínimas y reiteradas como un rezo. Lo absoluto día a día. Finalmente, Feliciano se encuentra con los quereres de otros, otras plegarias y otros sueños. Otras esperas y salutaciones. Puede ahora, despojado y liviano, “abrir su mirada al hallazgo, ese encuentro del espíritu con el mundo, con Todo lo que Es”.
Hurga en tiendas de objetos usados como un arqueólogo sentimental para dar con bordados anónimos, frecuentemente inconclusos.
Servilleteros, pañuelos, delantales almohadillas. Misterios de otras vidas, tareas caprichosas extraviadas de sus sentidos a las que agrega una palabra o completa el pétalo faltante. O quizás ni eso le parezca necesario y solo las acomode sobre sus frazaditas y las orle de tela sedosa restituyéndolas a su esplendor, regresándolas a la circulación de las cosas del mundo. Como un injerto de sueños en ánimos añosos, desleídos que se han marchado antes, se ha ido ya, en caravana, por el tiempo de las cosas.
Propósitos incógnitos, estaciones del alma y una posta infinita, desbordada. Todo fluye. Nada tiene fin.
El artista dedicado a inculcarnos sus pareceres y reflexiones se ha retirado por completo ya, para que los asuntos de la vida irradien su animación minuciosa y constante.
No más testimonios ni comentarios. Ni la esterilidad tosca y terca de luchar contra la muerte, porque la vida ya ha ganado, por atajo, sustrayéndose a las vocaciones didácticas del mundo del arte, liberando sus territorios para las labores del alma, donde nada tiene fin.

 

(*) ATC-UP, agrupación de portadores y enfermos del SIDA que luchan por sus derechos.
(**) Crochet, tejido de una sola aguja.
(***) Ñanduti, voz guaraní que significa “tela de araña” y que generalmente es utilizada para denominar al clásico encaje fino del Paraguay.

 

Texto curatorial para la muestra “Últimos trabajos” realizada entre Mayo y Junio de 1999 en el Centro Cultural Juan de Salazar, Asunción, Paraguay

Asunción, Enero de 1997

 

Las pinturas de Feliciano Centurión irrumpieron de golpe en nuestro país durante los años ´80. Había decidido retomar su historia personal con el Paraguay. Regresaba entonces, con una pintura vehemente y decidida; una imagen cargada de expresión y animada ya por un sentido del humor y una preocupación por el conflicto de la condición humana, aspectos que impregnarían posteriormente su obra entera. Este conflicto estaba planeado básicamente en los términos de una tensión entre el sujeto y el tiempo adverso o cómplice que lo condiciona: que lo limita y que lo redime.
Posteriormente, abandona las telas para trabajar soportes que, simultáneamente conectados con la idea de domesticidad y las pautas de la estética industrial, remiten a los múltiples conflictos que abruman el panorama de la estética contemporánea. Fiel a su momento, Feliciano sabe detectar en el aire la presencia de cuestiones complejas y cruzadas, de oposiciones ramificadas que plantean problemas quizás irresolubles y se conectan confusamente con puros interrogantes, con metáforas errantes que no buscan más que una escena en donde presentarse sin intentar revelar cifras ni delatar el lugar del secreto.
Los soportes nombran la cuestión que enfrenta lo artesanal y lo seriado. El problema del aura, el tema de lo reproducible y de lo único, de lo creativo y lo técnico, asuntos que obsesionan a una cultura asediada por el desborde de estereotipos y de moldes. El artista promueve un debate entre los diseños fabriles de frazadas, las carpetas, los gobelinos y las intervenciones que él mismo genera a través de pinturas acrílicas, aplicaciones y bordados. Al enfrentarse una y otra, la manualidad más directa y la factura industrial liberan una constelación del material y del valor de lo meramente ornamental…
…Una de las últimas obras de Feliciano trabaja lo cursi y lo trivial hasta un extremo tal que recala en una posición, casi diría, radical. Los pequeños trozos de encaje y gobelino son bordados manualmente con leyendas breves que hablan de amores ideales, de miedo a la soledad, de despedida y esperanza.
Son conjuros nimios, lugares comunes rehabilitados por la verdad de una situación límite que los torna vibrantes y extremos, casi circunspectos.
Feliciano no pierde el filo del humor ni abandona el juego paródico con el lenguaje, pero su búsqueda del revés de un aforismo gastado le lleva a entrever el detrás de los clisés y a sugerir la vena dramática que anima al signo más pequeño cuando este es gritado con fuerza genuina.
El artista se ha callado ahora. Nos quedan las claves inquietantes de su mundo de imágenes cotidianas que desde el signo menudo y el ornamento conjuran, vigilantes, la muerte.


“Frazada: objeto cotidiano, rápidamente aceptado, calor, abrigo, protección. Soporte afectivo, sensorial. La pintura es otra carga emocional que traduce sentimientos». La frazada fuera de su contexto cotidiano, se vuelve soporte de la pintura, en sí misma, un objeto artístico que colgado en la pared nos trae a la memoria antiguos tapices. Es fundamental poder ‘elegir’ los materiales con los cuales trabajar, la sociedad actual de consumo nos provee infinidad de ellos que podemos ‘apropiarnos’ para crear ‘nuevos objetos’ con los cuales convivir pero luego de descontextualizarlos, ensamblarlos, pintarlos o agredirlos, esto significa que pasó por nuestro sentimiento. Amor consumado. El eclecticismo de nuestra realidad con la diversidad de lenguajes e información nos exige un mayor compromiso y nos permite ‘apropiarnos’ con total libertad para poder expresarnos. Asumo la cotidianeidad, lo banal, la ironía, lo lúdico, la alegría y diversión. Imágenes soñadas, cotidianas, obvias con sabor a kitsch que me confirman que la pintura es simplemente un acto de fe”

Feliciano Centurión

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